“Me llamo Katerina y morí siguiendo un camino oscuro, solitario, bajo el espectro de la noche, porque llevaba en mi interior muchas cosas que no se podían soportar.
Morí aterrorizada y desamparada, ahogada en mi veneno. Pero no merezco vuestra compasión, no. Me di muerte por mi propia mano”.
Así arranca El libro de Katerina, la memoria de la vida atormentada de una mujer bella y culta, perteneciente a una adinerada familia de Tesalónica, novelada por su propio hijo Auguste, el autor. Es un final anunciado desde la primera página y, sin embargo, ello no impide leerla de principio a fin sin pestañear, tal es la montaña rusa de emociones y estados de ánimo que experimenta Katerina, y el implacable relato, a veces mordaz, a veces desternillante, que hace de las penurias, enfermedades y desvaríos de tres generaciones de su familia.
Su historia transcurre durante el siglo XX, con sus guerras, sus exilios, su progreso económico y los cambios sociales y culturales producidos en Grecia, una península apartada durante mucho tiempo del centro del mundo europeo. El lector español encontrará sin duda paralelismos con nuestra propia evolución como sociedad. Desde esta perspectiva, Katerina nos interpela sobre dos grandes cuestiones de plena actualidad: la salud mental y la homosexualidad.