Sin duda, el burdel infunde no sólo deseos turbulentos sino un pánico casi innombrable. Los ojos, prestos para la caza de las prostitutas, aterrorizan al neófito, aunque con propiedad nadie puede alardear de sentirse en ese ámbito como en casa. Acaso el artista malagueño pensaba que él era el único (pintor) capaz de aguantar el temblor de la tierra de las putas, contemplando, con los ojos muy abiertos, esos cuerpos que más que el placer parecen prometer la muerte.