William E. Glassley es uno de los mejores geólogos de nuestro tiempo. Como todos los grandes científicos, no se contenta con analizar el mundo, sino que es capaz de leerlo. Glassley siempre se interesó por las historias que cuentan los continentes, engarzadas por cadenas montañosas y recogidas en fondos oceánicos durante millones de años. Y a través de sus investigaciones creyó saber de una historia inaudita, de la que apenas se guardaban algunas palabras y que nadie parecía recordar, ni siquiera la propia Tierra: hace muchísimo tiempo habría existido en Groenlandia una cordillera más alta incluso que el Himalaya, unas montañas que ascendían hasta el cielo como en el más bello de los mitos nórdicos. Por supuesto, Glassley decidió ir a Groenlandia en busca de esa historia y de sus evidencias físicas. Su investigación se convirtió en una expedición por algunos de los pocos lugares del planeta donde el ser humano nunca había puesto un pie; donde los mapas aún conservan esta advertencia: «Zona no cartografiada»; donde habitan criaturas que parecen provenir de un tiempo muy remoto; donde el conocimiento y la poesía nos susurran que en el origen ambos eran una sola cosa.
De este modo, lo que surge como una expedición científica se convierte en un viaje poético a un mundo ancestral, sin límites, que guarda los secretos del pasado más profundo de nuestro planeta, y tal vez también la clave para su pervivencia. Y Glassley nos ofrece el relato de esa experiencia con una rara mezcla de brío narrativo, belleza literaria, intuición filosófica y erudición: la marca distintiva de los grandes clásicos de la nature writing.