Un calvo que vivió hace más de mil quinientos años, pensador agudo y filósofo provocador, nos lanza a través de los siglos un auténtico desafío cultural: nos reta, en tanto que lectores modernos, a enfrentarnos con un pensamiento original, socavador, ajeno a los dogmatismos estéticos y a los cánones de belleza imperantes en aquella época -y reproducidos de forma invariable hasta nuestros días-. Un elogio de la calvicie como elogio de la diferencia, de lo mundano y del juego.
A través de su encomio, ágil, jovial y paradójico, Sinesio nos recuerda que la filosofía no tiene por qué responder a las coordenadas consabidas de la metafísica y la epistemología tradicionales: la atención a lo inmutable, lo eterno, lo universal. La filosofía puede y debe ser también un pensamiento de la urgencia, una reacción constructiva frente a lo inmediato y aparentemente insignificante, contra la privación y el sufrimiento cotidiano. Así, el filosofo es capaz de hacer de una carencia -su propia calvicie- una virtud: sin recurrir a antídotos mágicos ni secretísimos remedios -precursores todos ellos de nuestra engañosa y rentable industria cosmética-, Sinesio nos persuade de las bondades de la calva, de su relación con la sabiduría, con la integridad moral e incluso con la buena salud.
Por supuesto, como hábil retórico, Sinesio utiliza la historia, la filosofía y la poesía para convencernos de su juguetona concepción de la alopecia, pero, ante todo, nos invita a ser hombres y mujeres libres, capaces de un pensamiento singular, esquivo a los lugares comunes, los prejuicios y las ataduras impuestas por nuestras dificultades a la hora de ser aceptados en el grupo a través de una serie de normas aleatorias y finalmente ridículas.