Pocos datos podemos asegurar de la vida de Tito Lucrecio Caro. Entre ellos, que vivió durante la primera mitad del siglo I a. C. y que fue el autor de probablemente el mayor poema de la literatura romana y el más bello ejemplo de poesía científica (en él hallamos las bases de la doctrina física de Epicuro) que encontramos en la Antigüedad, De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas). El poema, divido en seis libros y dirigido a Memio, un político ambicioso, símbolo de una clase dirigente descarriada y refractaria a cualquier remedio moral, constituye un gran tratado del mundo, puesto que pretende explicar al lector, ignorante, cómo funciona la realidad. Todo (la naturaleza del universo, compuesto de átomos y vacío, la naturaleza del alma y del conocimiento (introduce la doctrina de los simulacros que nos permiten acceder al conocimiento a través de las sensaciones), la historia del mundo y la humanidad, el mecanismo de los movimientos celestes, los fenómenos meteorológicos) está contemplado en este espléndido poema cuyo objetivo es liberar al hombre de sus miedos a través de la explicación racional.
«Lucrecio lleva razón cuando, en la convencional propaganda de sus proemios, dice que es un pionero, que pisa un camino limpio de huellas, que no tiene precursores. El metro y la lengua de Lucrecio se perciben a veces como una estación de paso entre el poeta arcaico Ennio y el clásico Virgilio. Esto es un abuso del historicismo progresista. Lucrecio es en sí y para sí. Es poeta de su tiempo que a su manera participa de la solemnidad comprometida y civil de Cicerón».
Francisco Socas