El libro que el lector tiene en sus manos es de meditación. En él se evocan los frutos de aquella. Reconozco a Søren Kierkegaard como una potente fuente de inspiración espiritual, pero también de consolación filosófica.
Meditar es ahondar en la realidad, hacerse plenamente receptivo a lo que hay, vencer la dualidad espectador-actor, lector-autor, para hacerse uno con el texto leído. Ello solo es posible si uno se libera de sus propios pensamientos, si adopta la forma de recipiente y se vacía mental y emocionalmente para recibir el texto en sus adentros.
«Leer, en sentido estricto, es un acto de hospitalidad y, como tal, hiriente».