Joseph Conrad fue marino antes que escritor. El mar recorrió su obra y le imprimió carácter. Cuando el 15 de abril de 1912 el Titanic se hundió en poco más de dos horas, el hombre de mar y gran moralista que fue Conrad no pudo permanecer ajeno al drama y reflejó su visión del asunto en los dos textos que aquí se recogen y que cuestionan la labor de las comisiones de investigación cuyos trabajos fundamentaron una sentencia final sospechosamente favorable a los armadores.
Cuando se cumplen cien años del hundimiento del Titanic, es pertinente recuperar estos textos, inestimables por su calidad literaria, por su lucidez en medio de la confusión y por su dimensión moral. Entre consideraciones técnicas sumamente atinadas, Conrad cuestiona la soberbia del armador, de la prensa, de los investigadores comisionados y de la sociedad toda que generó tan infladas y poco fundadas expectativas alrededor del Titanic, con tan dramáticos resultados. El Titanic fue, por voluntad de sus propietarios, todo un símbolo, y el símbolo se volvió contra quienes lo concibieron. Estos textos suscitan la verdadera dimensión humana y moral del drama que 100 años después sigue dando tanto que hablar.
Como explica Fernando Baeta en el prólogo a esta edición, el Titanic, cuyo naufragio simboliza el de toda una época, recibió nada menos que siete avisos sobre el peligro que corría en la noche de su hundimiento, de los que hizo caso omiso. Quizás podamos extraer alguna lección de todo ello.