Obligada a abandonar su Virginia natal, Letty, una joven huérfana tan delicada como hermosa —y acostumbrada a una vida alegre y cómoda—, se instala con su único primo y su familia en una Texas hostil, casi desértica, una tierra víctima de una sequía apocalíptica que parece odiar a todos los seres humanos. Las tormentas de arena obligan a los vecinos a esconderse durante días, la sequía asemeja una condena bíblica, los animales apenas pueden sobrevivir y muchos de ellos vagan sin rumbo hasta morir. Aquí, muy rápidamente, el vacío y la tristeza empañan los días. Acosada por esa terrorífica naturaleza con la que tendrá que enfrentarse como a un espectro surgido desde el fondo de sí misma, Letty descubrirá una realidad muy alejada de la fértil Virginia donde pasó su infancia.
Podríamos decir que El viento, por cuyas páginas vaga el fantasma de la locura, es una gran novela «gótica americana», con ecos de Cumbres borrascosas y de muchos textos británicos decimonónicos que formaron parte del bagaje literario de Dorothy Scarborough —con páginas a la altura de otra gran recreación brontëana: Ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys—, pero también se trata de un alegato protofeminista sobre la dura vida de las mujeres del Oeste, donde surgen interesantes conexiones entre la clásica novela de terror por capítulos y el miedo a vivir en medio de la soledad y lo desconocido, sin otras mujeres en kilómetros a la redonda.