Daniel Azcona (Hempstead, Nueva York, 1965) es un narrador secreto. No leyó hasta la adolescencia (de Richmal Crompton a Jack London). Entre el primer cuento que escribió —a los quince años— y el segundo, transcurrieron cuarenta años y varias residencias (Estados Unidos, España, México y Francia). Rompió a escribir, de una manera tan discreta como constante y tan internada como cosmopolita (estos cuentos viajan a Madrid, Hawái o Brooklyn), tras vivir una vida anterior aficionada al atletismo —en el que destacó— y dedicada a un mundo profesional ocupado en diversas áreas de los negocios internacionales, desde los recursos humanos a los planes estratégicos. El conocimiento técnico de este presente complejo y global se invierte en los seis relatos aquí publicados de forma precisa, irónica y extremadamente original; un conocimiento práctico y léxico alterado por las maniobras del azar, gestor de destinos individuales. Este es el tema mayor. Pero antes de dedicarse a la autoría literaria, Daniel Azcona pasó un año clave, de reflexión en lo de amasar un nuevo oficio, trabajando en una panadería. Este tiempo de la hornada y su admiración por las historias del común, unido todo ello a un plan de obra —escribir al día un número concreto de palabras—, lo han llevado a alcanzar un ritmo propio en su producción. Y fibra fabuladora. En la observación de los comportamientos ajenos, en la economía narrativa, en la búsqueda de la aventura ordinaria y en la voluntad de perseverar en la escritura se adivina la eclosión de un narrador. El arco doméstico viene a trazar un guion de la presente selección: en Un atleta de clase familiar, el relato que abre, reconocerán a su padre —el guionista Rafael Azcona— corriendo en paralelo a la infancia del narrador; y en Con renovadas energías, que cierra el volumen, distinguirán a su madre —también lectora, animadora y crítica— Susan Youdelman, en un proceso de mudanza total marcado por las sorpresas. Los seis cuentos incluidos en Prefiero que me trates de tú resultan tan sorprendentes como calibrados. Plenos de fino humor, elegancia y autoficción. Un descubrimiento al cabo de cincuenta y seis años.