Emilio Carrere, mujeriego, actor aficionado,
frecuentador de cafés nocturnos y casas de mala nota, además
de experto en ocultismos varios y necrófilo, formó parte
-por propia elección- de la excéntrica bohemia madrileña
de principios de siglo. Las fuentes literarias de las que bebían
tanto él como otros compañeros de viaje se encontraban allende
los Pirineos y más aún del otro lado del océano. Unas
aguas de oleaje profuso, elevado y espumoso, que se hallaban contaminadas
por el modernismo rubendariano, el decadentismo finisecular y la poética
simbolista de Verlaine, Mallarmé y Rimbaud. La torre de los
siete jorobados, que el propio Carrere había enfocado
como folletín de aventuras en el que lo policiaco, lo pseudocientífico
y lo sobrenatural se unieran para imitar, con un toque peculiar de humor
castizo, a los Leroux, Motta, Le Rouge o La Hire, se alimenta -de forma
excéntrica al realismo literario español- de luchas en el
medio astral entre voluntades opuestas, de bandas de falsificadores jorobados,
de aparecidos y de sabios un poco locos, y hasta de... ¡una ciudad
perdida bajo los suelos de Madrid! El lector de esta novela revivirá
con ella aquellos días -hoy casi perdidos- de una cierta inocencia
literaria y de un más perdido aún sentido de la maravilla.