Alguien dirige una carta a un escritor fallecido. Una familia cargada de hijos atraviesa un continente devastado por la guerra, en busca de un balneario. Un viajante de comercio comienza a sospechar que en su rutina acecha un reverso alarmante tras varios encuentros fortuitos con dos personajes anónimos. Un hombre y una mujer se dan cita cada tarde, sin ellos mismos saberlo: él ha extraviado una habitación y ella ha extraviado una historia. Un catedrático celebra a solas el paso a un nuevo año encerrado en su automóvil. Son, todas ellas, existencias que se debaten entre la banalidad y el prodigio; constituyen el pretexto para levantar una escritura donde la memoria de cada cual inventa jardines, trafica sensaciones, protagoniza sombras, puesto que en este libro rápido y lento, el lector no encontrará otra velocidad que la que el tiempo impulsa ni viaje más difícil que el regreso a los pupitres. En una encuesta entre internautas, Velocidad de los jardines fue elegido uno de los tres mejores libros de cuentos de los últimos 25 años: «Este libro contiene relatos que nos conciernen, que hablan de nosotros, y cuando se logra eso es difícil olvidar un libro, no quererlo» (Miguel Ángel Muñoz, elsindromechejov.blogspot.com); «Un escritor nuevo, diferente, personal, riguroso» (Rafael Conte, ABC).