Cuando terminé de escribir Pero sigo siendo el rey, supe que de verdad yo era un novelista. Quiero a todas mis novelas, pero a ella vuelvo cuando quiero recordar cómo contar lo más duro y que suene a broma, y en la mitad de la sonrisa se te desatornille una lágrima.
Me marcó tanto que, aunque en estos años he esbozado media docena de novelas para seguir hablando del detective Arregui, mi Marlowe donostiarra, no había terminado ninguna. No lo dejé caer en el olvido porque él no me lo hubiera permitido. Y yo que tú, no cabrearía a Txema. Por eso ha tenido papeles en En el cielo no hay cerveza, o en Cracovia sin ti, además de en varios relatos. No lograba dejar atrás Pero sigo siendo el rey.
Hace unos meses, cuando mi editor me propuso volver a publicarla, la releí con detenimiento. Y volví a leerla. Y me di cuenta de que, aunque desde el punto de vista
formal, la novela estaba terminada, desde mi subjetividad bipolar de lector/autor, me faltaba algo.
Yo había dejado a Arregui bajo el sol del mediodía que supone descubrir que ya no puedes seguir siendo como eras, pero puedes fingir que lo eres. Me faltaba saber qué haría su sombra.
Me faltaba lo que he escrito. Lo que pasó seis años después. Y no podía ser una secuela o una continuación. Por eso esta reescritura. Porque la sombra de Arregui, aunque se tomó su tiempo, por fin me alcanzó.
Carlos Salem. Madrid, 2016