“Llegué a St. Gatien procedente de Niza el martes 14 de agosto. Me detuvieron a las 11.45 del jueves 16 un agent de police y un inspector de paisano, quienes me llevaron a la comisaría.” Así, con la acritud del formulismo y una frase sin emoción aparente pero del todo prometedora, da comienzo Epitafio para un espía.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial, el profesor de idiomas Joseph Vadassy se toma unos días de descanso en un tranquilo hotel de la costa mediterránea francesa, antes de volver a sus clases en París. Aficionado a la fotografía, al revelar uno de sus carretes aparecen las imágenes de unas fortificaciones en el puerto de Toulon que sin embargo él no ha tomado. Inmediatamente es detenido como sospechoso de espionaje. Solo podrá demostrar su inocencia descubriendo al verdadero espía, que tiene que hallarse entre los huéspedes del hotel. Así, obligado por las circunstancias, deberá inmiscuirse en la vida de todos los allí presentes y nosotros, con él, nos iremos adentrando en un entorno cosmopolita en tensión. Es el reflejo, el microcosmos, de la Europa de los años treinta.