El reloj del teatro Arriaga marca las 00:59. A su falda, el gentío baila. Huele a ría, kalimotxo e incluso a un ligero hedor de orines, conformando una nada agradable pero si extrañamente embriagadora fragancia.
Huele a fiestas de Bilbao.
Unas fiestas que van a acabar antes de lo que cualquiera de los presentes en esa primera noche pudiese imaginar. Mucho antes.
Berto lo ha vuelto a hacer. Begoña confirma sus sospechas con angustiosas certezas que se dibujan cada vez con mayor claridad una realidad incómoda. Su hijo necesita ayuda, pero Karmelo tiene sus propios planes para él. Unos muy diferentes de los de su mujer.
Cuando acecha la tragedia, nunca pensamos que seremos los siguientes.
El problema es, que siempre hay una madre a la que le toca la china.
Solo hay una realidad inmutable. El juego debe continuar.
El juego siempre debe continuar.