Si pudiera decirlo, lo diría así: me llamo Luigi Alfredo Ricciardi y veo a los muertos.
Así se presentó a sus lectores el comisario Ricciardi en la primera entrega de la serie, y aquí lo tenemos de nuevo, ensimismado y algo melancólico, en abril de 1931, cuando el fascismo vive sus mejores momentos y en la ciudad de Nápoles el viento remueve el ánimo de los ciudadanos.
Como siempre, Ricciardi, que tiene el don de ver a los muertos y escuchar sus últimas palabras, camina sin sombrero por las callejuelas de la ciudad, esta vez intentando buscar el culpable de la muerte de Carmela Calise, una anciana que vive en un piso miserable y se gana el sustento como vidente. Un buen día alguien la encuentra muerta, desfigurada por una paliza que parece instigada por el odio, y la investigación empieza.
Quien ayuda al comisario en su trabajo es Maione, un policía devoto, que perdona las excentricidades de Ricciardi y que en esta segunda entrega vivirá en carne propia las penas del corazón y el dolor de la renuncia. Como siempre en las aventuras de nuestro comisario, el amor y el hambre son el origen de todo mal, y algo de ese amor encontraremos incluso en la mirada reservada del comisario, que por la noche espía por la ventana los quehaceres de una señorita de buena familia.
La vida oscura de de Nápoles en los momentos álgidos del fascismo necesitaba a un napolitano con mucho talento que contara sus historias, y aquí está Maurizio de Giovanni, un hombre que conoce los secretos de su ciudad y de la buena escritura.