Un doble enigma, tanto universal como cristiano, provoca estas páginas: ¿en serio valoran la sociedad y los políticos nuestro desarrollo personal durante la infancia, la adolescencia y la primera juventud, sobre todo en la escuela obligatoria? ¿Y por qué no se llega de una vez al tan cacareado Pacto Educativo serio y duradero? ¿Y a la Iglesia también le preocupan absolutamente todos o solo los suyos y en sus colegios? ¿Por qué la reciente asamblea vaticana sobre los jóvenes apenas habló de educación?Hoy la escuela, más que un «lugar privilegiado para la promoción de la persona […], necesita una urgente autocrítica», ha dicho el papa Francisco, en referencia a todas las escuelas, no solo a las «católicas».