La escritura de Ángel Zapata surge de profundidades subterráneas o submarinas, con algo de formación calcárea y algo de pez abisal. En ella todo cuenta, hasta la última coma. Zapata recorre de noche las calles desiertas del lenguaje cuando todos los demás dormimos. Es un sereno del idioma: descubre espectáculos que los que estamos en la cama no veremos nunca. Por eso ante sus libros sentimos el mismo estupor que los astronautas de Kubrick frente al monolito de 2001. Uno no sabe cómo manipularlos y da vueltas por sus alrededores. Y sin embargo los elementos de ese universo perturbador son los mismos que los del nuestro, solo que reordenados de una manera inédita.
¿Poesía? ¿Narrativa? ¿Aforismo? ¿Poema en prosa? En la más pura tradición surrealista, el libro que el lector tiene en las manos apuesta por un modo de escritura indiferente a los géneros, reacio a cualquier etiqueta, y ocupado en atestiguar cuánta plenitud puede encerrase en el vacío. La imaginación, el sarcasmo, el lirismo, el absurdo se despliegan sin traba en estas páginas hipnóticas. Al asomarnos a ellas, la emoción que hace presa en nosotros es la misma que experimentaríamos ante el cráter de un volcán dormido en el momento en que sueña con despertar.