Afirmar que la fraternidad ha sido históricamente la gran olvidada de la tríada revolucionaria francesa no pasa de ser una constatación obvia. Pero sostener, a partir de esto, que el lugar que antaño ocupaba aquella noble categoría lo ocupa ahora la solidaridad constituye una severa confusión conceptual (se trata de conceptos con determinaciones diferentes). De la misma manera que nada más alejado del espíritu de la fraternidad que contentarse con la generalización de determinados afectos, como hace un cierto fraternalismo light (más próximo al insustancial todo el mundo es bueno que al valor republicano en sentido propio).
En realidad, la lista de malentendidos alrededor de la fraternidad podría ampliarse mucho más. Pero precisamente porque la lista se haría larga, vale la pena, en vez de intentar reconstruirla y criticarla, invitar al lector a que se adentre en las páginas de este libro. En él encontrará un punto de vista tan original como estimulante, el de la reivindicación de la fraternidad como un derecho. No se trata, claro está, de promover la imposición de un determinado tipo de afectos, sino de reconocer que nadie, absolutamente nadie (puesto que no hay hermanos de primera y hermanos de segunda), debe quedar excluido de los beneficios y las cargas de la vida en sociedad.