¡Tilín, tilín! Ha llegado el señor Pichón, el vendedor de felicidad. Y ustedes
se preguntarán: «¿La felicidad se vende?». Así es, en tarro pequeño, grande
o tamaño familiar. Todos los vecinos reconocen el ruido de su destartalada
camioneta y salen a la puerta a recibir al persuasivo vendedor.
Hay quien compra un frasco de felicidad para compartir con los amigos;
otros, uno envuelto en papel de regalo para Navidad, para repartir entre sus
hijos, para sus nietos...
La felicidad no admite descuentos. Es bueno tener siempre un frasco de reserva,
aunque sea pequeño. El vendedor de felicidad llama a la puerta de los
incrédulos, de los artistas, de las abuelitas. ¿Quién puede resistirse?